Últimamente, he aprovechado mucho tiempo libre encerrándome en el taller, ensuciándome las manos, desmontado, poniendo orden en el caos de piezas y madejas de cables, todo ese mundo lo ocupaba la ultima moto que había llegado a mi Sala de curas
Quitar cada pieza, revisarla y dejar todo al descubierto ha sido el primér paso en el largo proceso de restauración, pero al mismo tiempo se ha convertido en un largo recorrido conmigo mismo, simplemente para poder de forma discreta, hablar con mi parte más escondida y menos predispuesta al dialogo.
He leido que al ser humano le hace falta poder realizar algo concreto y que esto le trae profunda satisfacción, cosa que por alguna razón desconocida, no se produce con muchos de los trabajos o actividades a las cuales nos dedicamos a diario y por esto cada uno con su forma de ser y sus medios tiene su propio refugio o su propia afición.
Me he dado cuenta que el Taller se ha convertido en mi refugio contra el agobio de la cotidianidad, un agobio que en la mayoría de los casos generamos nosotros mismo, y que aunque sea generado por tema de escasa relevancia, al final nos afectan y hace que muchos aspectos de la realidad se distorsionen en algo que no conseguimos disfrutar o simplemente , interpretar como haría falta.
Todo el proceso de desmontaje de la moto sigue en paralelo con una análisis silencioso de lo que ha pasado en los días anteriores a esta inesperada terapia que me auto suministro y que se ha convertido en algo imprescindible en la rutina de mis actividades semanales.
Al final de una sesión no solo me encuentro con un carburador en buenas condiciones, con un componente eléctrico que vuelve a funcionar, o con neumáticos nuevos que pronto rodaran por la carretera, si no que dejo allí todas las amarguras que me he han hecho compañía en mi vida cotidiana.
En el Taller, las horas se cumplen con el esfuerzo en tus propias manos, y como resultado se curan muchas heridas del alma producidas más allá de la frontera de la puerta del Taller. Mirarte esas cicatrices, te hacen más pequeño e invisible, los rasguños en la piel ya no sangran, todo a vuelto a su ser, a la normalidad de nuestra existencia compleja.
Por esto y por otras cosas el Taller es el Taller…..no solo como restauración de motos si como cura del alma.