Son las seis de la mañana y suena el despertador… ¡Puff!, ¿por qué no me acostaría antes? Pero cuando reacciono y recuerdo que este madrugón no es para ir a trabajar ya me cuesta menos. Aviso a Ciro y nos preparamos para comenzar nuestra “rutita”. Abajo nos esperan nuestras flamantes motos, la germana F800R casi sin kilómetros y mi British Street Triple con casi 18.000 en un año. Sí, me gusta montar en moto y más en esta.
Comenzamos el viaje que tiene a Benavente como primer destino básicamente para estirar piernas y desayunar. El camino lo realizamos en su totalidad por autovía, pasando más frio del esperado pero nada que borrarse nuestra permanente sonrisa de satisfacción por disfrutar de nuestras máquinas y de un viaje en buena compañía.
Llegados a Benavente, tras unos 270 Km. desayunamos en un peculiar hotel (aparentemente vacío y que dudamos mucho que llegue a llenarse nunca) que hay en el polígono, cerca de una gasolinera que también nos permitiría llenar depósitos. Aquí nos llevamos una sorpresa pues observamos que la inglesa consume un poco menos que la BMW, al menos, llaneando a velocidades legales.
Tras descansar un poco y viendo que en el horizonte se veían nubes de tormenta, mi precavido amigo aprovecha para ponerse su mono de agua. Yo, en cambio, ni lo llevo pues confío en mi equipación impermeable de cordura.
A partir de aquí el viaje se suponía más entretenido pues pensábamos ir evitando autovía hasta nuestro destino final, Ribadeo. Así comenzamos, carretera nacional con buen asfalto pero sin ninguna curva que trazar, ya que en vez de ir por la N-525 , decidimos ir por la N-VI que va paralela a la A-6. Esto es porque el cielo pintaba mal… y vaya que si pintaba. Al poco tiempo de reanudar la marcha comenzó a llover y al poco ¡a diluviar! Nos cayó muchísima agua, hubo que aminorar la marcha pues la visibilidad era bastante reducida y el agua sobre el asfalto era un charco constante pero he de decir que las motos permanecían inmutables. Ni un susto y eso que yo llevaba la trasera bastante gastada (como se verá al final de la ruta).
Nos vimos abocados a parar en Astorga, decisión mía, porque estaba calado. Los años no han pasado en balde por mi equipación que ya de impermeable tiene poco. Chaqueta y pantalón habían calado, lo único que llevaba seco eran los pies gracias a las botas, lo contrario le pasó a mi amigo, que su mono hizo a la perfección su trabajo, no así sus ‘curradas’ botas.
Al parar en Astorga, dejamos las motos, de las que caía el agua a chorros, medio tiradas en la calle y nos metimos en un bar para secarnos un poco. Sacábamos el agua de los guantes como el que escurre una bayeta… ¡qué hartón de agua!
Preguntamos por una tienda de motos para poder comprarme un mono de agua y mientras entrabamos en calor, nos tomamos un orujito de hierbas para acelerar el proceso. Cuando salimos no llovía en ese momento pero solo nos permitió ponernos en marcha porque al llegar a la tienda indicada ya caía con ganas de nuevo.
Compré un ¿mono? de agua, por decir algo porque parecía más el asesino de “Sé lo que hiciste el último verano” pero sin garfio. Más feo no podía ser pero al menos me mantendría seco. Cuando me fui a cambiar, quitándome la ropa que llevaba de bajo de la equipación, me di cuenta que también se me había mojado el equipaje ya que había colocado mal las bolsas impermeables para evitar, precisamente, eso. En fin, mi sino era ir todo el viaje mojado, así que, asumido esto, nos pusimos en marcha de nuevo.
Emprendimos viaje buscando de nuevo carreteras nacionales o comarcales pero como volvía a llover terriblemente y el asfalto dejaba de ser bueno, decidimos, a la altura de Becerreá volver a llenar depósitos y continuar el viaje por la autovía (la mía seguía gastando menos, jeje)
Las motos, en todo momento, demostraron ser grandes compañeras de viaje y de vicisitudes pues ni la lluvia, ni el mal asfalto, ni nuestro cansancio las hacía desviarse de su buenas maneras.
La llegada a Ribadeo fue igual… AGUA, aparcamos y subimos al hotel para registrarnos, tras esto volvimos a coger equipajes y ya ahí nos pidieron fotos dos extranjeros un poco más atraídos por la Triumph que por la BMW, cosa absolutamente lógica, todo hay que decirlo. Pero las maletas de la alemana que con un click se quitaban y con todo su interior perfectamente seco, hacían que las mirara con cierta envidia al tener que ‘desatar’ y coger al peso mis alforjas totalmente empapadas y su contenido.
Poco vimos de Ribadeo, la última de ciudad de Galicia antes de pasar a Asturias, que debe su nombre a estar en la ribera del rio Eo. Esa noche se jugaba la final de la Champion y era obligado verla (tristemente para mi), además ir allí no era más que una disculpa para montar en moto, jeje. Paseo por la noche buscando donde ver el partido y cenar, fotos en el puerto en la ría y poco más. Al día siguiente, ya algo más secos después de medio quemar el secador que pedimos prestado en el hotel, nos pusimos en marcha camino de la Playa de las Catedrales. Pero que tampoco pudimos visitar en condiciones pues nada más llegar comenzó a llover y pintaba que la vuelta se parecería a la ida; así que decidimos ‘tirar’ para Madrid siguiendo por la autovía y si mejoraba cambiaríamos de ruta. El caso es que no llovió pero sí que comenzó a hacer mucho viento y en los viaductos, que se pasan unos cuantos, la BMW se movía de lado a lado, cosa curiosa porque la mía, aunque se notaba, hasta me permitía ir más erguido. Esto puede que se debiera a las maletas de la alemana o su mayor altura pero el caso es que el viento no permitía que Ciro fuera con confianza en la moto.
La primera parada la hicimos cuando el hambre decidió y mi amigo se hartó del viento y, curiosamente, fue de nuevo en Becerreá, en donde comimos en el restaurante … regentado por Jesús, un amable gallego que añoraba el Paseo Rosales de Madrid por su época de servicio militar, hacía cincuenta años.
Sopa de fideos, calentita y llena de grasa; estofado de ternera con patatas y un par de pinchos de empanada, todo muy gallego y contundente para poder aguantar viento y marea en la moto.
A partir de aquí el viaje se hizo más agradable, por supuesto que no abandonamos la autovía ya que llovía de vez en cuando, pero el viento dejó de soplar permitiendo que la velocidad de crucero subiera un poco y nuestra motos volvieran a mostrar que, sin ser ruteras, sobre todo la Triumph, son perfectamente válidas para viajar sin acabar sin espalda y/o posaderas.
Resultado de la ruta, 1.200 Km entretenidos, con muy buena compañía que nos permitió hacer planes a futuro muy interesantes, probar la BMW en una buena tirada haciendo que Ciro sea feliz con su moto, y yo cambiar las ruedas que con 19.000 Km (ya llevo una delantera y dos traseras Pirelli Diablo Corsa III) porque la trasera de avisadores pasó a alambres (literal) en este viaje. Mal por las Pirelli, ahora llevo Michelin Road 4CT que son una maravilla. ¿A ver cuánto duran?
Gran fin de semana, solo falta que el próximo viajecillo pueda venir nuestro amigo Toni con su amarilla Honda VFR.
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