Siempre estoy emocionado cada vez que tengo que empezar un largo viaje y ya unas cuantas horas antes de ponerme en marcha las ganas y el deseo de partir hacen que el tiempo se me haga infinito. Viajar siempre es «El Viajar» y un sentido aún más literario y romántico se le da cuando lo que te traslada en el espacio y en el tiempo es una moto que tiene más años que tu. Cada vez que pueda, suelo dedicar unas horas a la moto. Revisar un poquito todo es una fase de preparación meticulosa, no solo de la moto en sí, así como también del piloto. Si todo está en su sitio y todo tiene buena pinta, no quiere decir que no haya problemas por el camino, y por esto siempre voy equipado con repuestos y herramientas, allí en la medida en la cual pueda, pero un Check general es obligatorio, especialmente si la moto que te mueve está hecha para andar y no solo para estar de exposición.
Mucho me gusta la visión de Robert Pirsig en su cult book: Zen y el Arte del Mantenimiento de la Motocicleta saber lo que pasa en un motor, el ruido que te acompaña en la marcha si todo va bien , y saber reconocer lo que pasa escuchando un «Clonck» que te deja pirado en medio de la carretera es algo que conllevo dentro desde ya hace tiempo y sigo disfrutándolo en cada viaje. No importa si los kilómetros serán muchos o muy pocos, lo mejor que hay es andar y perderse en los pensamientos y los paisajes que te hacen compañía durante la ruta. Recuerdo mis primeros viajes en Italia, donde por la Costiera Amalfitana solía irme en coche y adonde pasando por primera vez en moto me di cuenta de colores y olores que iban escondido por la capote del coche, y esto me abrió todo un mundo.
El Frío, el calor, el agua, el viento… todo lo que antes no solía llamar tu atención, se han convertido en unos amigos silenciosos y constantes de tus rutas, desde el más débil rayo de luz al mínimo cambio de temperatura, todo esto es lo que al final se te queda en la memoria y en el cuerpo y es lo que cada vez vas buscando con deseo y emoción.
El viaje en moto se convierte en una experiencia aún mas profunda de lo que en principio imaginabas y cada detalle lo vuelve único y inolvidable.
Esta vez me ha tocando un recorrido no demasiado largo… 908 kilómetros entre ida y vuelta, desde Madrid hasta la playa, pasando por unos lugares invadidos por un sol cálido y acogedor, un viento que te empuja y obstaculiza al mismo tiempo y por fin la humedad del mar y su sal que te llenan los ojos y los pulmones y te dejan con una sonrisa llena mirando al mar de un azul sin fin.
Buena Cerveza a todos!!!!!